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Daciano,
gobernador romano, recorre la ciudades persiguiendo a los cristianos. Es
así que entra en Mérida, arrasando sin tregua. Eulalia, una niña de doce
años reta a las conciencias: "¿A que estáis aguardando? ¿Nadie es
valiente de presentarse ante el gobernador y echarle en cara lo mal que
hace persiguiendo a los que no hacen ningún mal?. Demostrad que
sois cristianos y que defendéis a este Cristo ultrajado".
El gran poeta Prudencio canta maravillas de la inocencia y el celo por
Cristo de Eulalia. Sus padres, que conocían bien la valentía de su hija,
sabían que ella era capaz de recriminar al gobernador en su cara. Por
eso se la llevaron lejos de la ciudad. Pero desde la casa en el campo
Eulalia seguía recordando la situación de los cristianos y no podía
dormir. Una noche, sigilosamente, se levanto, abandono la casa de campo
camino a la ciudad. Un cortejo de ángeles iluminaban su camino en
aquella noche lóbrega. Al amanecer ya estaba ante el palacio del
gobernador hablando públicamente con gran fervor en defensa de los
cristianos y en contra de aquellas persecuciones. Pronto alguien lo
comunico a Daciano, quien quiso conocerla, pensando que la atraería con
sus halagos. Eulalia, al verse ante el gobernador le dijo, con gran
valentía: "Decidme, malvado ¿que furia es la que os empuja a perseguir
las almas y los cuerpos de los que no hacen ningún mal y solo porque
adoran al verdadero Dios? Vosotros sois los que adoráis a ídolos que no
existen o a hombres que si existen pero que son pecadores como vosotros.
Date cuenta gobernador, que nada podrás hacer contra nosotros. Es el
Dios mismo quien nos defiende. Aunque me quites la vida, se que
resucitare a otra vida mejor".
Daciano no sabia como reaccionar. Quiso mandarla a matar inmediatamente,
pero se sentía retado a convencerla a apostatar. Le habló de sus padres,
de su casa, de los favores que recibiría, cuanto oro y joyas quisiera.
Bastaba una cosa: que reconociera a los dioses de los romanos y que
abandonase la secta de los cristianos. Eulalia, llena de coraje, le
dijo: "No pierdas tiempo, pretor, manda que me torturen y que me quiten
la vida, porque no vas a conseguir nada conmigo".
La llevaron a la cárcel. La cargaron de cadenas, y, poco después, por
orden del pretor, era torturada bárbaramente: Rasgaron con unos garfios
sus pechos, sus espaldas, todo su cuerpo virginal. Eulalia, con gran paz
y alegría, decía: "Señor Jesús, he aquí que escriben tu nombre sobre mi
cuerpo ¡Cuan agradable es leer estas letras que sellan, oh Cristo, tus
victorias! La misma púrpura de mi sangre exprimida habla de tu santo
nombre" .
Como ultimo tormento le quemaron con hachas encendidas todo su cuerpo y
vieron salir por su boca una blanquísima paloma que volaba hacia el
cielo. Era el 10 de diciembre del año 304.
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